jueves, 30 de julio de 2009

En 1969 llegamos a la Luna y al espacio virtual


Por Ariel Torres (La Nación, Buenos Aires)

A los ocho años ver a un astronauta poner sus pies en la Luna te cambia la vida.
En julio de 1969 tenía ocho años y el mundo era otro. Teníamos una Guerra Fría y la leche venía en botellas de vidrio. No había prácticamente nada de lo que conocemos hoy, en términos de tecnología.
Ni siquiera abundaban los televisores. Quiero decir los televisores valvulares en blanco y negro, pesados como un tren y casi igual de grandes y costosos. Por eso mi padre había armado el nuestro. También ensamblaría el primero a color, nueve años después. Pero de momento, la cantidad de televisores en Buenos Aires era tan insignificante, comparada con la actual proliferación de pantallas, que el 20 de julio mi padre se llevó la familia y el televisor al taller del diario La Prensa, donde trabajaba, para que todos vieran uno de los hechos históricos más importantes de la historia humana, la llegada del hombre a la Luna.
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Me encantaba ir al taller, es decir, la planta impresora del diario, en la calle Azopardo. De hecho, el olor a tinta todavía hoy me trae recuerdos de la infancia.
Esa noche, con la pantalla puesta en un lugar alto y decenas de personas alrededor, vi al primer hombre caminar por la Luna. En blanco y negro, fantasmal, confuso y sin embargo evidente. Fue en un televisor valvular construido por mi padre. En un siglo que ya terminó. En una era ida.
Ahora estoy viendo esas mismas escenas en mi computadora. Bajé los archivos de video del Centro Espacial Goddard, de la NASA ( svs.gsfc.nasa.gov/vis/a010000/a010400/a010451/ ).
Alrededor el mundo es otro, sin embargo. Hay pantallas planas de alta resolución a color, una red global llamada Internet, más de 4000 millones de celulares, GPS en los autos y computadoras que caben en la palma de la mano.
Eso sí, ya no vamos a la Luna.
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Tecnológicamente, 1969 fue un año extraordinario. No sólo hicimos pie en el espacio exterior, sino que pusimos los primeros cuatro ladrillos del espacio virtual. ¡En serio! En octubre de 1969 se conectaron los cuatro nodos iniciales de la abuela de Internet, Arpanet. El 21 de noviembre esa red estableció su primera conexión permanente entre la Universidad de California en Los Angeles y el Stanford Research Institute. Cuarenta años después, los viajes por el espacio virtual gozan de una salud mucho más robusta que los de las naves espaciales.
El mundo hoy no se concibe sin Internet.
Pero hubo más ese año. Poco antes del nacimiento de Arpanet, en septiembre, empezaría a desarrollarse un software llamado Unics.
Pronto cambiaría su nombre a Unix. Con sus pro y sus contra, dejaría una marca indeleble en la informática y su concepto daría origen a Linux, el clon de Unix creado por Linus Torvalds y la Fundación del Software Libre.
Linus nació el 28 de diciembre... de 1969.
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La Luna, Arpanet y la computación tal como la conocemos hoy nació más por razones políticas que técnicas. Este es el único argumento decisivo contra los escépticos del alunizaje: era mucho menos riesgoso mandar hombres de verdad que jugarse a que una conspiración así se descubriese. Imagínese el desastre moral que semejante gaffe habría causado en una nación como los Estados Unidos, por entonces enfrentada a la Unión Soviética y, en gran medida, retrasada en la carrera espacial.
Lo realmente imposible es que no los hayan mandado.
Arpanet fue motorizada, de hecho, por el lanzamiento del Sputnik en 1957. Es que si los soviéticos podían poner una esfera de 58 centímetros de diámetro en órbita, entonces podían colocar una ojiva nuclear en el techo de la Casa Blanca. Arpanet se proponía mantener comunicados los centros de poder de Estados Unidos incluso si las bombas soviéticas empezaban a caer sobre su territorio.
La Luna era el premio mayor. Si llegaban primero, todos los demás atrasos y errores quedarían borrados de la memoria colectiva. Así fue.
Tanto, que poco después del Apollo 11 los viajes espaciales perdieron todo atractivo. Como ocurre cada vez que una meta científica queda amalgamada a una situación política, no importaba llegar a la Luna.
Importaba llegar primero. La hazaña técnica quedó opacada por el fatídico torneo de la Guerra Fría.
Pero a los ocho años uno sueña con ir al espacio -o con cualquier otra gran aventura- sin notar el mar de fondo. Para mí, y para muchos millones de chicos, esas borrosas imágenes en blanco y negro elevaron el horizonte de la fantasía más allá de los confines planetarios.
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Muchas de las tecnologías que estaban sembrándose por entonces -el transistor (1947) y los circuitos integrados (1958), el láser (1960), las computadoras digitales, las redes- nos ofrecen hoy posibilidades inéditas en la historia humana. Esta mañana, por ejemplo, he estado paseando por la Luna. Bueno, casi. Vi lo mismo que los astronautas en su primer alunizaje. El incansable Google Earth ( earth.google.com ), para celebrar el 20 de julio, añadió nuestro satélite natural a su repertorio. Ahora, para viajar de la Tierra a la Luna, basta ir al menú Ver> Explora> Luna.
Como ocurre con Marte, se pueden descargar imágenes en alta resolución de ciertas zonas, haciendo clic en los cuadrados de color naranja.
Algunas visiones cortan el aliento. En la región donde alunizó el Eagle, en el Mar de la Tranquilidad, se vislumbra la abandonada plataforma del módulo lunar, proyectando todavía su sombra sobre el terreno alienígena.
Han pasado cuarenta años. Soy otro y el mundo es otro.
Pero el sueño de las estrellas y las interminables preguntas sobre el universo no han cambiado. Al menos para mí.